Origen

..de un Proyecto.  Cómo se llegó a ellos

Una sospecha. Si uno busca el Patio 29, caminando desde la Entrada de Recoleta, pronto lo hará flanqueada/o a la derecha por un largo muro. Feo, triste, eterno. En septiembre, que es cuando se suele recorrer, escasamente le llega el sol de mediodía. Nada llama la atención del transeúnte si no va a visitar a alguien especial, como lo puede ser la sepultura de un familiar, de un conocido, de un hombre público. Porque muy lejos, casi al otro extremo del Cementerio, en ese muro, se encontró durante algunos años al poeta Pablo Neruda y hasta hace poco al cantor Víctor Jara. De los tres sepultados famosos, solo queda hoy el dirigente del MIR, Miguel Enríquez.
Pero si no, el visitante pasa y pasa rápido, el lugar no es bello y es húmedo. Es solo un camino obligado.
Pero de pronto, un año cualquiera, en tránsito a la tumba de Miguel Enríquez para llevarle ese clavel rojo anual, nos sorprende la sepultura  de un amigo; al año siguiente, en la misma búsqueda, se descubren algunas bellas  y cuidadas lápidas, cuyos mensajes sugieren un acontecimiento más social, que privado. Y recién entonces, ya no es un muro: son edificios, evidentemente con sepulturas, y gran parte de ellas del año 1973. Y muchas, demasiadas, de los tres primeros meses de ocurrido el Golpe de Estado. Y sin mucha brillantez, pero sí con genuina curiosidad y casi temor, surge la pregunta básica: “¿y serán víctimas de Derechos Humanos?”. 

Una búsqueda. Y el azar deja paso a la voluntad, la voluntad de saber. Y se busca un nombre y para llegar a él se recurre al registro fotográfico realizado en la visita anual del último septiembre en homenaje  a los muertos célebres y queridos durante la dictadura. Pero, el registro ha captado más de una sepultura, ya tenemos casi media docena. Y entonces se escarba en la red, buscando quiénes eran esas personas cuyos nombres teníamos pero de las cuales no habíamos escuchado hablar nunca y que nos hacía sospechar eran asesinados de los primeros tiempos.
Y resulta extraordinariamente fácil, puesto que todos ellos formaban parte de  una muy completa base de datos que registra  casi seiscientas personas caratuladas como “Ejecutadas”,  entre el 11 de septiembre y el 31 de diciembre 1973, sepultadas en el Cementerio General de Santiago. En todo Chile, serían más de dos mil quinientas.
Y el muro deja definitivamente de ser muro, porque la base de datos digital del Cementerio General le pone nombres: Méjico U-1 al U-5, Eduardo Marambio U-1 a U-4. Ya nada será casual.

Una voluntad. En ese momento, intercambiando registros gráficos y bases de datos, el grupo de amigos que desde hace algunos años realiza una peregrinación familiar para depositar flores y desgranar recuerdos,  decide investigar sistemáticamente para relevar datos e intervenir espacio. A muy poco andar, cruzando datos del Cementerio, con reseñas biográficas, se tiene frente a los ojos, lo que pasó esos primeros tiempos después del golpe. No es nuevo, siempre lo hemos sabido. Todos supimos de los cuerpos en el Río Mapocho; todos escuchamos de gente fusilada en las colas del pan; los muertos por toque de queda; muertos en las poblaciones. Todos habíamos leído el Informe Rettig. Pero ninguno los  había “visto”. Y de pronto, estaban ahí, en esas historias, en nuestras fotos, nos habían visto pasar año tras año. Eran obreros, textileros, pobladores, niños, ancianos. Gente que iba a trabajar, o que quiso proteger a un vecino. Muy pocos militantes, escasos dirigentes. Entonces, no era solo a ellos, no era solo las asociaciones, los sindicatos, los partidos. Esto que está aquí es  la gente, como dicen hoy día. El pueblo se le llamaba ayer.
Entonces los recorridos posteriores, fueron con nombres e historias en la mente. A cada uno se le llevó un clavel y encontrarlos fue como encontrar a un amigo, a un compañero.